martes, 2 de abril de 2013

Tres semanas en Nueva York


22 de agosto de 2011

Y tras una semana de vacaciones con Teresa, termino la tercera parte de este tiempo vivido en Nueva York.
La última semana culminamos nuestra ronda por los museos neoyorquinos Pilo y yo, con lo que hicimos cola en el Metropolitan, el Guggenheim y el PS1. Conocimos al cónsul general de España, donde amablemente nos recibió en su casa –en el East, claro- y aprovechamos para comer tortilla de patatas y delicioso pastel de carne.  También estuvimos en la Universidad de Columbia y en la Universidad de Nueva York; en el Instituto Juan Carlos I y en el Empire State.
Terminamos nuestro Inside, en un pub tomando cerveza todos juntos.
No termino de fascinarme los enormes e inolvidables momentos que me ha ofrecido esta gran ciudad, porque no terminan de preguntarme por mi experiencia. La primera vez que uno visita Nueva York tiene sentimientos encontrados: por un lado todo le parece familiar, en el sentido de que ya lo “ha visto” si ha viajado medianamente por el mundo. Por otro lado, todo sorprende, todo impresiona. Y es que Nueva York es la ciudad más descrita en las novelas, más retratada en el cine y más mencionada en los informativos. Es la ciudad por excelencia, como en otros tiempos lo fuera Jerusalén, Roma, Constantinopla, Córdoba, París o Londres.
En el caso de Nueva York, además, la realidad supera a la ficción: tiene más luz de lo que uno supone antes de conocerla. Es más abarcable de lo que uno pensaba. El espectáculo de las calles es todavía más multiétnico y colorista. Y es más ruidosa y tiene las aceras y el asfalto más roto. En Nueva York, los gordos son más gordos que en ninguna otra parte del mundo. Y la elegancia es más evidente y la sordidez más apabullante. Y el clima, más agresivo. Y con todo esto es, probablemente, la ciudad más divertida del mundo, la que menos duerme y donde cualquier posibilidad está al alcance de la mano y a cualquier hora. La que a ti te apetezca. Todo está a tu alcance.
Les explico también que existe un Nueva York para cada etnia. Que se puede recorrer el mundo y conocer las costumbres de la mayoría de las razas que lo pueblan con un billete de metro. En el mismo subway puedes ver a gente leyendo periódicos en tantos idiomas como imaginas. No hay más que coger la línea 7 hasta la estación llamada Jamaica, y vuelta. Porque lo que más sorprende quizá bajo este paragüas es la increíble capacidad de adaptación de los que van llegando y los pocos conflictos étnicos que hay en la ciudad. Tal vez porque todos llegan con el mismo sueño: trabajar día y noche hasta hacerse rico lo más rápido posible o hasta que se jubilan. No deja de ser curioso, además, que los que llegan no sólo se van distribuyendo por barrios, sino por oficios o actividades. Los judíos tienen las limusinas y las joyerías. Los coreanos controlan los negocios de “delicatesen”, de las tiendas abiertas 24 horas, donde se vende comida hecha y fruta ya cortada, pero los que cortan y empaquetan son mejicanos que acaban de aterrizar. Los italianos trabajan las pieles y los restaurantes italianos, y los árabes los zapatos. Los chinos siguen con la alimentación, la confección de ropa y los videojuegos. Las filipinas son casi todas enfermeras y las afroamericanas cajeras. Los latinoamericanos son repartidores, los puertorriqueños son chófer, y los dominicanos son jardineros. ¿Y los taxistas? Pues se lo reparten los pakistaníes e indios.
Esto es Nueva York. Esto ha sido el programa Inside: mañanas de trabajo y tardes de exploración en esa jungla de hierro, cristales y ladrillo en pleno asfalto que es la Gran Manzana. Una ciudad para volver, para encandilarse y no olvidarla nunca pues, de alguna u otra manera, Nueva York ya pertenece a cada cual que la visita.

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