martes, 2 de abril de 2013

Dos semanas en Nueva York


31 de julio de 2011


Llevo 15 días en la gran City. Después de patearme sus barrios y todos sus distritos puedo decir que no la conozco perfectamente. De hecho, aunque viviese aquí toda la vida, nunca podría conocerla perfectamente. En esta semana hemos hecho de todo: desde el zoo del Bronx hasta nuestra visita a Nasdaq. Desde jugar al basket en Rucker Park hasta tomarnos una cerveza en Meetpacking, al lado de la NYU. Anteayer vinieron Pablo y Arteaga, que están impresionados.
Me preguntaron qué es lo que más me gustaba de la ciudad, y no supe responder. Pero probablemente no sea nada tangible. Lo que más gusta de Nueva York es su intangible: las enormes diferencias, el gran choque de culturas y su fusión de arte, riqueza, pobreza, arquitectura, minimalismo, grandeza, capitalismo y sociedad.
En el tramo que va de la Quinta Avenida, bordeando Central Park, hasta Lexington Avenue casi todo es de excelente calidad: los edificios están bien construidos, las tiendas son elegantes y exclusivas, los niños visten uniforme -lo que demuestra que van a las carísimas escuelas del barrio-, se ven más niñeras que en ningún otro sitio (negras y latinas) que empujan carritos de blancos bebés y muchas más limusinas. Pelean con la Upper west side en ideología, costumbres y dinero.
Por otro lado, Harlem -y sin salirnos de Manhattan-, es el corazón de la comunidad afro-americana y el punto de referencia de todo lo que ha sido la cultura negra. Nos encantó el gospel. Desde el ragtime al rap, pasando por el jazz y sus múltiples tiendas de manicura. Es una ciudad en la que cada barrio tiene su idiosancrasia, pero todo está en Nueva York.
De hecho, a los otros barrios se les denomina "outer borought", haciendo alusión a lo que está fuera de Manhattan. Es donde viven la mayor parte de los neoyorquinos. Más que barrios son casi ciudades con zonas muy diferenciadas y con habitantes de muy diverso origen y clase social. Algo peyorativamente, los privilegiados de Manhattan se refieren a ellos como los BBQ (los barbacoas en español), haciendo alusión a las siglas de Brooklyn, Bronx y Queens, y olvidando al más pequeño Staten Island. Pero esta generalización no es justa porque estos tres grandes barrios tienen características especiales, peculiaridades propias y, en algunas zonas, mucho dinero.
Hablar de Brooklyn, con sus 2.300.000 habitantes, como si fuera un solo barrio -Manhattan tiene 1.500.000-, es un poco exagerado. Bien es verdad que no tiene la fama de la isla, ni sus maravillosos museos, ni su infinita diversión, pero Brooklyn no puede compararse con las otras zonas periféricas que constituyen la ciudad de Nueva York. Tiene elegantes barrios, un marcado carácter propio, una gran riqueza étnica y cultural y en el han nacido y vivido famosos que no ocultan sus orígenes, como Woody Allen.

El Bronx tiene pocos visitantes. Su idea de conocer este barrio (sin duda el más inseguro de la ciudad), no pasa por sus cabezas. La mayor parte de la zona se está recuperando bastante de su mala fama. El norte, por ejemplo, tiene muchas zonas seguras, como Belmont, el maravilloso zoo o el Jardín Botánico, sin olvidarse del Yankee Stadium, donde juega el equipo de béisbol de la ciudad.
Queens es un barrio muy populoso de escaso interés. Sus dos millones de habitantes ocupan una superficie de 300 km cuadrados (el barrio más grande), y aquí pertenecen y residen todas las minorías étnicas de la city. Apenas posee zonas con entidad propia, ni tiene edificios históricos que le aporten algún atractivo.
Y Staten Island es la gran olvidada. Lo único que existe es su ferry gratuito, que tiene una de las vistas más maravillosas de Manhattan. En esta pequeña islita viven 400.000 habitantes.

Todo tiene su encanto, si. Pero echo de menos muchas cosas. Para empezar mi novia, mi familia y mis amigos. Echo de menos los paseos tranquilos, sin el bullicio de gente. Echo de menos la cerveza fría y la tapa de frutos secos. Echo de menos el cola-cao, las tostadas de aceite, tomate y jamón, la pasta hervida, el cocido, la paella, las lentejas, los callos, el pescaíto frito (¡ay! el pescaíto frito...), las alubias, los asados, los embutidos y el salmorejo con tortilla de patatas. Todo eso y mucho más.
En una semana volveré y, quién sabe si, para entonces, echaré de menos Nueva York.

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