martes, 2 de abril de 2013

A vueltas con la economía: las burbujas y salvar al país vecino


15 de mayo de 2010

«Los estados miembros no asumirán ni responderán de los compromisos de los gobiernos centrales, autoridades regionales o locales u otras autoridades públicas, organismos de derecho público o empresas públicas de otro estado miembro» (artículo 125 del Tratado de Maastricht).
Resulta que los griegos nos han estado mintiendo. Que falseaban sus cuentas hasta que su burbuja explotó, lo que ha ocasionado una crisis más grave que la erupción del volcán Eyjafjallajokull. Se ha llegado a poner en cuestión la misma viabilidad del proyecto de la Unión Monetaria, once años después de su nacimiento.
Resulta que el déficit griego (las deudas que ha de asumir un país frente a terceros) era el 12,7% de su propio PIB, cuando el límite para la Unión Monetaria es del 3%. Es decir, más de una décima de lo que genera toda la economía griega se lo debían de pagar a quiénes antes se lo prestaron. Unos 30.000 milloncejos. Las Bolsas europeas se han contagiado y se ha puesto en entredicho la credibilidad del euro. Fue durante la segunda mitad de la década de los ochenta, cuando la construcción europea vivió el que probablemente ha sido el periodo más fecundo y dinámico de su historia. Nuestra moneda, que el año pasado cumplió una década de existencia, había soportado la tormenta de la crisis y era envidia de los que no la adoptaron en su tiempo. En algunos aspectos, la zona del euro ha emergido de la crisis financiera global en mejor estado que el resto de grandes economías. En mayor o menor medida, seguimos fuertes frente a dólar y libra y las cuentas de importaciones y exportaciones suelen ser más equilibradas.
 Sin embargo, la crisis griega ha trastocado súbitamente este entramado, dibujando un interrogante sobre la solidez del diseño del euro. Grecia se ha visto golpeada por la crisis como el resto de Estados miembros. En este blog ya he dicho varias veces que la economía se mueve por la confianza que genera, y esto debería valer para convencer a cualquiera de la necesidad del rescate. Un rescate a un 5% de interés (los mercados privados le exigían un 7), del que España, ni nadie, van a perder dinero. Pero esto no es en base a la solidaridad ni el buenismo de los Estados, no, sino porque puede tener un efecto contagio en la moneda. Son los riesgos de compartirla. Miramos solo cuando atravesamos el peor momento, pero no la alabamos cuando estuvo (y estará) en sus mejores. Ahora los ojos internacionales miran a otro lado, concretamente frente a España y, en menor medida, Portugal e Italia. Hemos recibido un castigo inesperado pero, ¿justo?
 Ciertamente, dejar caer a Grecia es una solución excesivamente arriesgada. Y, con la decisión actual, los ataques al euro y a otras deudas soberanas en apuros se espera queden desactivados. Para ello hay que ponerse las pilas y reaccionar. A tiempo, claro, porque en España siendo objetivos hemos reaccionado tarde y se está gestionando mal de cara a los periódicos. No hace falta ser docto en la materia para saber que se te echarán encima o mucho o muchisimo, y que para evitar el muchísimo se puede recortar de otras cuentas que no sean tan importantes para la ideología de este gobierno -¡ni para el de cualquiera!- como la de la ayuda al desarrollo. Si Europa ha de acometer una reforma fiscal y política común, los españoles debemos pensar de manera más interiorizada. A veces pienso incluso, que debemos dejar de mirar las grandes cuentas macroeconómicas y estudiar los aspectos microeconómicos. Es decir, de bajar varios niveles más. ¿Por qué el tejido empresarial español es pequeño y no competitivo en comparación con nuestros vecinos? ¿Por qué no exportamos e importamos como deberíamos? ¿Será porque no sabemos idiomas? ¿Qué caracteriza a nuestros empresarios y nuestros consumidores? ¿En qué invertimos? ¿En qué dejamos de invertir? Si a los funcionarios se les va a bajar de media (a los que más cobran un 10%, a los que menos un 2) un 5%, ¿van a trabajar un 5% menos? 
Mis señores sindicatos, no es momento de hacer una huelga general, más aún ustedes señores funcionarios, que durante los dos años de crisis han sido el único sector que no ha sufrido EREs ni pérdidas de poder adquisitivo. Eso sería otra irresponsabilidad en este escenario de irresponsables.
Una economía que se asusta y que de su clase política no emerge confianza asusta a todos los agentes que se involucran en ella. A veces me pregunto si vivo en otra burbuja en la que no respiro esa fatalidad, esa misma que me explota cuando leo las cifras de paro y hablo con mis amigos que siguen curriculeando, tachados de que somos la “peor generación en cuanto a incorporación laboral se refiere”. España requiere un gran consenso económico y otro aún mayor político. Como sé que no se van a dar ninguno de los dos, volveré a meterme en “mi burbuja” soñando con una economía que no entienda de ideologías, sino solo de personas…

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