martes, 2 de abril de 2013

Atletismo y Economía

21 de mayo de 2012



Hasta la aparición de Paavo Nurmi hubo muchos y muy buenos atletas, pero este finlandés rompió los moldes de la época arrasando a sus rivales. Primera gran figura de los Juegos Olímpicos y, hasta la fecha, el atleta con más medallas -y más oros- y el tercer deportista con más metales, sólo superado por la gimnasta Larisa Latynina y el nadador Michael Phelps. Nurmi procedía de una familia humilde de la que quedó huérfano a los 12 años. Posiblemente, fruto de su dura infancia, forjó su espíritu de lucha y sacrificio. Su alimentación se basaba prácticamente solo en pescado seco y pan negro. Y el frío nórdico durante los inviernos también influyó en su marcada resistencia física. Participó en los Juegos de Amberes 1920, París 1924 y Ámsterdam 1928, y no llegó a Los Ángeles 1932 porque no le dejaron. Le acusaron de haberse hecho profesional, algo que por entonces estaba prohibido para participar. Paavo demostró hasta qué límites del sufrimiento podía llegar el hombre. Su resistencia sobrehumana le hizo ganar 12 medallas, nueve de ellas de oro y tres de plata, repartiéndolas por diferentes pruebas.
Y es que hasta en nueve disciplinas diferentes -todas en las que participó- obtuvo metal el llamado 'Finlandés Volador', por no decir los récords del mundo que batió, más de 25 en distancias tan dispares como los 1.500 metros o los 20 kilómetros. Por todos sus logros está considerado como el mejor fondista y mediofondista de todos los tiempos. Aún hoy conserva el récord de medallas de oro en unos mismos juegos para un atleta: cinco. No sólo fue el hecho de ganar, sino también cómo lo hizo. Por ejemplo, el 1.500 y el 5.000 los ganó el mismo día batiendo sendos récords del mundo con sólo media hora de diferencia entre las pruebas -y en un día que las crónicas registran uno de los más calurosos de la historia de París-. Fue un reto extenuante. En tan corto intervalo de tiempo adoptó su resistente cuerpo a las circunstancias.

Rememorar la historia de Paavo me hace ver numerosos símiles con la situación actual. Por ejemplo, es sabido por economistas que las medidas que los gobiernos toman actualmente para combatir la lacra de las estadísticas, necesitan de mucho tiempo para ver su resultado. Si se han adoptado medidas con una tendencia (por ejemplo, austeridad), los resultados nunca podrán valorarse bien o mal (es evidente que a corto plazo, mal), si ahora adoptamos políticas de crecimiento. Nunca sabremos cuál de las dos tuvo solución.

Tampoco sabremos qué hubiera pasado si hubiésemos dejado caer a Bankia. Al igual que tampoco supimos si Paavo ganaría en Los Ángeles. A lo mejor su historia hubiese cambiado, para bien o para mal. Lo que Nurmi si sabía es cómo debía administrar su fuerza para aguantar aquellas pruebas tan dispares. Probablemente los europeos no lo sepamos. ¿Dónde está el límite? ¿Cuándo decaeremos en nuestros esfuerzos? ¿Qué dato estadístico hará que la gente se eche a la calle en masa? Los griegos están arruinados indefinidamente. El Estado está intervenido porque se lo han impuesto. La sombra de la sospecha lleva ya varios meses en España. Hay veces que Europa, al igual que un Comité de Competición Olímpico, ha de tomar decisiones y decir: "hasta aquí". A los acreedores europeos no les va a pasar nada por devolverle la deuda más tarde. Si toda Europa dijese: "hasta aquí", "Ya no pagamos más". ¿Se imaginan lo que pasaría? Si eso lo hubiese dicho Paavo, su nombre probablemente no figuraría registrado ahora en la historia. Pero, ¿y Europa? ¿Y si nuestra resistencia no está tan preparada como lo estuvo la de Paavo?

Hay veces en las que peligrosamente pienso: un presidente Hugo Chávez habría nacionalizado totalmente Bankia y repartiría las casas a precios regalados, dado créditos directamente desde un Banco Nacional (como el ICO), y no permitiría que los directivos del IBEX-35 cobrasen más ahora, que lo que cobran en 2007 (que efectivamente, cobran más).   

Por suerte (creo que por suerte), la decisión no está ahora en mi cabeza, si no en las de 8 personas que este fin de semana han estado en Chicago. El deseo del G-8 de mantenimiento de Grecia en la moneda única no deja de ser un deseo hoy poco respaldado por la población de aquel país. Decisiones técnicas en manos del pueblo, decisiones políticas en manos de avaros. La llamada a generar programas de inversión en educación y en infraestructuras se queda en simple insinuación. El G-8, pues, parece haber tomado nota de la situación más que comprometerse en corregirla. Como Finlandia, que insinuó injustamente a Paavo Nurmi de haberse hecho "profesional", algo que nunca resultó ser cierto. En ausencia de rápidos y significativos estímulos al crecimiento, así como de una mayor disposición del BCE a reducir la inestabilidad financiera, no solo el crecimiento económico global seguirá hipotecado: también cobrarán cuerpo esas amenazas de proteccionismo sobre las que advierte el G-8. Algo (el proteccionismo) que no tuvo el país de Paavo pero que, en la práctica, no evitó que éste pudiera hacer historia.


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