El primer censo serio al que los especialistas conceden
cierto rigor es de 1857, el año en el que nació Alfonso XII. España tenía
15.464.310 habitantes. Desde entonces, todos los datos estadísticos oficiales
ya sean censos o padrones municipales (estos comenzaron en 1996), han marcado
un incremento sostenido de la población (menos, se supone, en los años de la
guerra, pero no hubo censo entonces). Y así ha sido hasta ayer, el día en el
que el Instituto Nacional de Estadística (INE) hizo públicos los datos —aún
provisionales— del padrón a 1 de enero de 2013. Esto supone una circunstancia inédita: la población cae.
La economía es un concepto abstracto, pero sigue
siendo una ciencia social. Cuando uno está sentado en un aula soleada o bajo
los techos de una facultad, ni la bolsa ni las últimas cifras de (des)empleo
parecen especialmente acuciantes. Estoy seguro de que durante mi estancia en la
universidad, en los primeros años posteriores a la crisis y la Gran Recesión,
habría sido incapaz de decir los datos económicos fundamentales ni de qué
manera iba a mejorar (o empeorar) nuestras vidas la última propuesta del
Gobierno.
Cómo echo
de menos aquellos tiempos.
Resulta
que la tasa de paro no es un concepto tan abstracto, después de todo.
El otro día leí que a
nuestra generación, los nacidos entre 1984 y 1990, entramos dentro de los
llamados "Millennials", porque obtuvimos la
mayoría de edad al empezar el milenio 2000. Dicen de nosotros que constituimos
la generación más preparada de la historia, pero que pecamos de ser creídos y
malcriados. Y en mi opinión, es cierto. Nuestros padres nos han educado dando
por hecho que tendríamos una vida fácil, una situación económica acomodada y,
por supuesto, el trabajo de nuestros sueños. Nos han hecho creer que podríamos
llegar donde quisiéramos. Esto nos ha llevado a pedir más a la vida, a tener
expectativas muy altas que raramente se ven satisfechas. Mientras la generación
de nuestros padres se conformaba con el mero hecho de tener un empleo, la
nuestra no sólo quiere uno, sino que lo quiere en un departamento concreto de
una empresa determinada. Lo preocupante de esto es que nuestra percepción del
mundo laboral no casa en absoluto con la realidad actual. La crisis ha
provocado que tengamos que aceptar cualquier trabajo, aunque ni siquiera tenga
que ver con nuestra formación. Y si a esto le sumamos jornadas de 12 horas,
salarios irrisorios y contratos de becario, tenemos como resultado una
generación deprimida, pesimista, desmotivada e insatisfecha. Eso, los que
tienen un empleo, porque recordemos que el 55,13% de los jóvenes españoles no
lo tiene.
Me encontré a una amiga
que me decía que en algún momento dejó de contar los días. No sabía en qué día
vivía ya que, ¿de qué vale un fin de semana cuando no hay días laborables? ¿Qué
diferencia hay entre un lunes y un jueves cuando no se tiene motivo para soñar
con el fin de semana?
Creo que no es que seamos
una generación perdida, si no una generación abandonada. Sin una estrategia ni
un plan, sin un maldito plan para nosotros. España ya no es el Dorado para los
extranjeros, ni tan atractivo para inversores. Imagínense para aquellos
españoles jóvenes que se ven obligados a hacer "movilidad exterior"
(así lo calificaba Fátima Báñez), al ver que ni ellos pueden hacer algo por
España, ni España puede hacer algo por ellos. Curiosamente, lo mismo que debieron sentir aquéllos jóvenes de 1857...
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