martes, 2 de abril de 2013

A vueltas con la Ley Sinde


21 de enero de 2011

Aunque sufrió un merecidísimo varapalo en el Congreso a finales de diciembre, es ahora cuando quiero recoger mi opinión en este blog. Probablemente, y aunque tarde, siento que debo expresarme ante el tema tras haber madurado su trascendencia. Disculpas pues por la tardanza. 

La Ley Sinde venía a anticiparse a la costumbrista decisión del juez que, ley y razón en mano, sentenciaba que las webs de enlaces de películas, series y músicas no cometían delito alguno si no había ánimo de lucro. Pero el problema es que la Ley quería anticiparse a la contraria: buscaba recuperar lo que propietarios intelectuales dejaban de ganar con la libre transmisión de sus obras. Estamos de acuerdo en que es su trabajo y su obra, pero la suya no es manera de recaudar sra. Ministra. Así al menos, no.

En vez de tratar de entender lo que es un nuevo modo de producción y distribución, se ha sacado una ley que es antigua porque razona conforme a una estructura del sistema económico que ya ha sido superada. Durante la fase anterior del capitalismo, la industria cultural ha funcionado a partir del esquema siguiente: un autor vende los derechos de su obra a un productor que después la vende a un distribuidor y este al consumidor, formándose en este proceso el precio del producto, del que las distintas partes se benefician. Esto hoy ha cambiado: el distribuidor es Internet. Este es el punto de partida desde el que se deben plantear tanto las reformas legales como la reconversión de las industrias culturales, que viven una crisis característica de un momento de gran transformación de los medios de comunicación. Esta ley legislaba como si nada hubiera cambiado. Y, por la presión de los que viven mal el cambio de modelo, se ha dejado las cautelas por el camino, convirtiendo, en la práctica, el cierre de una web (que era lo que se pretendía) en una decisión administrativa.
Es evidente que hay que asegurar las formas de retribución de los creadores y de los productores, aunque también habrá que encontrar las fórmulas para que los herederos de un artista no vivan setenta años del cuento.
Pero los actores de la red de redes -es decir, todos y cada uno de nosotros-, no están acostumbrados a las imposiciones y además tienen un don, el de la ubicuidad, que hasta ahora, aparte de Dios, sólo tenían las multinacionales, que les permiten estar en varias partes a la vez y así esquivar los golpes. La regulación de la Red no puede ser un debate tan simple como el que algunos plantean: propiedad intelectual sí, propiedad no. El debate es de la Libertad contra la Propiedad. Esta es la postura de los defensores del statu quo vigente, por un lado, y de los ilusos libertarios, por otro. Regular la Red, sin estropear lo mucho de bueno que tiene, es más complicado. Y desde luego el camino no es criminalizar a los niños y a los jóvenes que entran al mundo por esta ventana.

Internet, en particular, y las tecnologías de la información, en general, suponen un gran cambio en el modelo económico y su regulación no se puede despachar con prisas y a golpe de presiones sino que requiere un debate social serio. La cultura no ha de tener fronteras, ni límites, ni barreras. Lo que hoy aportemos a la Red queda registrado para la eternidad. Es Conocimiento lo que estamos transmitiendo: el día en que entendamos esto, el día en que entendamos que una película, una canción, un texto y hasta una simple entrada de blog es Cultura, es Arte, es progreso, habremos dado el primer paso para entender todo lo que ello trasciende.
 "La cultura ayuda a un pueblo a luchar con las palabras antes que con las armas".
Gugliermo Ferrero.

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