martes, 2 de abril de 2013

La catástrofe de un país olvidado


17 de enero de 2010

Doscientas mil víctimas.
Lo escribiré otra vez.
Doscientas mil víctimas. 
Los enviados especiales de todo el mundo de telediarios, periódicos, radios y freelances de revistas, hunden sus ojos ante el paisaje devastado y el hedor de los cadáveres. Éstos se apilan con excavadoras y las plazas públicas hacen de improvisados cementerios, mientras los escombros se han convertido en tumbas malditas para los todavía miles de desaparecidos que aún están sepultados. Los voluntarios de cientos de asociaciones usan mascarillas para soportar el olor y las pésimas condiciones. Los saqueos y la supervivencia han convertido a la pequeña isla de Haití en una anarquía.
Desde el victorioso alzamiento de las milicias esclavas en 1804 contra la dominación francesa, que alumbró la primera república negra de América, el país encadenó calamidades físicas, sociales, políticas y económicas. Es curioso, pero son las cosas de la descolonización. Todo se soluciona y se destruye a la tremenda en la olvidada esquina de Latinoamérica: las sucesivas crisis gubernamentales se arbitraron a machetazos, la pobreza, con hambre y migraciones masivas, y los desastres naturales no la borraron del mapa porque lo impidió la ayuda internacional. El turismo apenas aporta nada.
Hasta hace una semana, la isla se sostenía gracias a los 9.000 miembros de paz de la ONU. Pero sin consensos parlamentarios y sin el apoyo de otros países, la inestabilidad política y la violencia gobiernan las calles. Es una pena, sólo las catástrofes rescatan del olvido a este tipo de países, y sólo los huracanes del 2008 se llevaron más de 1.000 millones de euros y 112.000 casuchas de Haití, que disfrutaba de cierta estabilidad desde el derrocamiento del cura populista Jean Bertrand Aristide, en 2004.
En estos casos, la economía se derrumba. La moneda no vale nada porque la inflación sube muchísimo (ya que, entre otras cosas, los bienes más necesarios –los inelásticos- son escasísimos, y la gente está dispuesta a matarse –literalmente- por ellos). Por eso es necesario la intervención y reconstrucción internacional. Los militares son los que han de poner orden para el raciocinio de víveres. Si además tenemos en cuenta que hasta hace dos semanas Haití ocupaba el puesto 150 de los 177 países del Índice de Desarrollo Humano; que la esperanza de vida de sus habitantes apenas alcanza los 52 años; que sólo uno de cada 50 recibe un salario; que la deforestación arrasó el 98% de los bosques; que el ingreso promedio de un haitiano apenas alcanza los 600 dólares anuales y más de la mitad sobrevive con menos de un dólar diario; y que los ingresos por sus exportaciones de manufacturas, café, aceites y mango son casi una propina, pues la deuda externa supera los mil millones, la situación se agrava considerablemente. Las remesas de los inmigrantes en EE UU son tan fundamentales como envidiado el destino de los compatriotas que consiguieron afincarse en Nueva York o Miami.
Me quedo con una frase que oí en el telediario a una monja española que estaba afincada allí:
Si nos vamos nosotras…¿quién cuidará de esta gente?
(considérese la ironía de la protagonista).

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