domingo, 31 de marzo de 2013

El misterio de las pintadas (I parte)


30 de agosto de 2009

Lo que se va a narrar a continuación es la primera parte de un relato ficticio basado en hechos reales, pero que me inspiraron para este breve cuento de historia, intriga y detectives, uno de mis géneros de lectura favoritos. Espero que os guste. 
Eran cerca de las cuatro de la mañana cuando unas voces despertaron al párroco de la iglesia de Santa Catalina, Don Pedro.
-¡Gamberros! ¡Sinvergüenzas!
Aun con cierta pereza, la curiosidad del sacerdote obligó a asomarse a la ventana de su casa, que daba al parque de la iglesia. Era la voz de Sor Asunción que, vestida con una larga sotana, asomaba por una de las habitaciones del centro de la Inmaculada. Su mirada se dirigía hacia la fachada de la Iglesia, y fue entonces cuando Don Pedro comprendió el inesperado comportamiento de la vieja monja. Una larga pintada de color rojo chillón al lado de la cruz de metal sobrecogió al párroco, y luego desvió la mirada hacia la esquina de la iglesia: tres figuras corrían hacia la calle mayor. En seguida, Don Pedro se vistió corriendo para intentar al menos descubrir, sin éxito, alguna pista sobre los posibles culpables de tal gamberrada. en su iglesia Comprendiendo al ponerse la camisa negra que tenía  encima de la silla de la imposibilidad de cogerlos, decidió ir a ver directamente a Sor Asunción.
-¡Padre! ¿Lo ha visto? Unas voces me despertaron en la noche, ¡y luego al asomarme por la ventana los vi terminando su atrocidad! ¡Gamberros herejes!
-¡Tranquilícese doña Asunción,verá como Dios hará justicia sobre los culpables!
A la mañana siguiente, el pueblo de Pozoblanco entero se había despertado con el rumor de la pintada, y muchos curiosos se acercaron a contemplar la fachada manchada de rojo y algo más de lo que ni doña Asunción ni don Pedro habían observado en la confusión de la noche.
-Son las iniciales del “Rest inPeace”-. Le informó el párroco al policía municipal.
-Se trata sin duda de una chiquillada salvaje. ¿Pudo ver de quién se trataba?
-No, solo vi tres figuras bajar por ahí-. Dijo, señalando con la mano hacia la calle mayor. Pocas preguntas más bastaron, a las que se sumaron la de doña Asunción. A la tarde, unos pintores se ofrecieron a dejar la fachada tal y como estaban, y a la caída del sol de ese mismo día, Santa Catalina ya volvía a disfrutar de su fachada blanca. Sin embargo, esa misma noche, en la iglesia de San Antonio, al noreste del pueblo, otro edificio religioso volvía a ser acto de la misma acción. Una gran línea roja gruesa, con las iniciales de R.I.P. en negro, aunque esta vez la letra “P” estaba cortada por arriba, señal de que no había sido acabada, tal vez por prisas.
-¡Otra vez los mismos de ayer! ¡Gamberros sinvergüenzas!
De nuevo el policía municipal, junto al párroco de San Antonio, contemplaban la escena en la fachada de la iglesia. A media mañana ya se habían marchado los curiosos, y fue cuando de nuevo todo el pueblo sabía de la nueva travesura, lo que sin duda había llegado a oídos de Don Pedro quién se interesó por el asunto y se acercó a la iglesia. Con un gesto campechano, saludó a los mismos pintores que 24 horas antes arreglaban el desperfecto de su parroquia. No obstante, algo llamó su curiosidad:
-¿Es necesario agujerear lafachada para pintarla?
-¡Oh, no se extrañe, Padre! Es para rellenar parte de la fachada, que estaba algo desgastada-. Le dijo el que parecía ser el patrón. El párroco asintió instintivamente y no quiso interesarse más por las técnicas de pintura en brocha gorda, y pasó dentro de la iglesia sin darle mayor importancia.
En la otra punta del pueblo, mientras tanto, Jose informaba a Sera del último acontecimiento ocurrido. Sera empezaba a ser popular en el pueblo por su gran interés hacia los libros de intriga y misterios; además de por su ya conocido hobby de ser el pequeño detective del pueblo. Contaba con 27 años y había resuelto algunos casos menores: cosas que se perdían, mascotas perdidas, etc, pero lo que no sabía Sera era que este caso iba a suponer todo un vuelco en su carrera….
 Tan pronto como pudo, Sera y Jose se acercaron a hablar con su viejo amigo el policía municipal, don Avelino y les contó ciertos detalles que a él le parecieron poco trascendentes.
-Doña Asunción vio desde su ventana que se iluminó el cielo y un haz apuntando a la iglesia. Ella cree que pudo ser las luces de un coche-. Les dijo el policía.
-No, no creo que eso fuera posible.- Dijo Sera. –La distribución de la plaza de Santa Catalina no permite que los coches reflejen las luces en la fachada, al menos no desde la posición en la que está el cuarto de doña Asunción.
-En cualquier caso, se trata sin duda de una chiquillada. Tengo asuntos más importantes que resolver, Sera-. Espetó el policía. –Si pudieras enterarte de quien ha sido, me ahorrarías un tiempo precioso.
-Haré lo que pueda Avelino-. Le contestó secamente.
-¿Mucho lío ahora?- Preguntó Jose.
-Esta mañana han venido a denunciar una desaparición, un tal Rafael Isidro Pedrajas.
-¿Ese no es el historiador? –Se interesó Sera.
-Si, el mismo. Trabajaba en la biblioteca. Debía estar terminando su segunda tesis.
-Gracias por todo, don Avelino. Haremos lo que podamos con el caso de las pintadas-. Se despidieron y nada más salir, Sera se quedó pensando en la puerta.
-¿Qué ocurre? – Dijo Jose.
-Debo asegurarme de una cosa, vamos a la biblioteca ya que estamos cerca-. Respondió Sera. La biblioteca, a menos de un minuto de la comisaría, albergaba una modesta colección de libros, la mayoría enciclopedias estándares y mucha historia del pueblo. Será preguntó a la bibliotecaria por Rafael Isidro, ante la sorpresa de Jose, que veía en su amigo la posibilidad de inmiscuirse en donde no le llamaban. Tras unos minutos, averiguaron que don Rafael trabajaba en la tesis del origen del tesoro de las Siete Villas.
-¿Qué es el tesoro de las Siete Villas? –Preguntó Jose muy interesado.
-Algo he leído sobre el tema. El valle de los Pedroches tuvo la categoría de Villa porque se la concedieron los Reyes Católicos en el siglo XV. Según algunos libros de historia, un emisario de los reyes que tenía un origen en Villanueva de Córdoba, trajo un valioso tesoro para complacer a las primeras generaciones del Valle y reactivar la economía de la zona. Ese tesoro se le encomendó a su administración al duque de Villanueva, del que no recuerdo su nombre, pero no viene al caso. Tal era la cantidad de ese tesoro, que los alcaldes de las siete villas de entonces: Pedroche, Torremilano, Torrecampo, Pozoblanco, Villanueva de Córdoba, Alcaracejos y Añora, se pelearon para adquirir mayor volumen de esa cantidad. Así que el duque, para evitar la confrontación y el odio entre los pueblos, tomó una decisión salomónica: escondió el tesoro en algún lugar secreto en todo el Valle, y lo metió en un cofre con siete candados. Dio una llave a cada alcalde para que así tuviesen que abrir el tesoro todos juntos y repartirlo, pero no se fiaron los unos de los otros y escondieron las llaves. Que yo sepa, se encontraron cinco de las siete llaves, pero no hay rastro del tesoro.
-¿Y que tiene que ver todo eso con las pinturas, que es lo que vamos a intentar resolver? –Preguntó Jose.
-Por aquel entonces, salvo por orden expresa y permiso del sacerdocio, los habitantes de un pueblo debían acudir a misa todos los domingos, pero en la iglesia en la que debían estar bautizados. Por eso, como no se fiaban del resto de sus compatriotas, los alcaldes solían salvaguardar las llaves en la iglesia y encomendarlas al cura de su propio pueblo, pues únicamente los habitantes del mismo podían pisarla. Así se aseguraban que nadie “extranjero” pudiera cogerlas. Se dice que así es el origen de que no nos llevemos del todo bien con el resto de las villas.
-Pero Sera, te repito, ¿qué tiene que ver todo eso con las pintadas?
-¡Ah! Perdona. ¿No te has dado cuenta? En las pintadas de las fachadas de ayer y hoy aparecían las iniciales R.I.P., ¡que justamente coinciden con las de Rafael Isidro Pedrajas!
-¿El historiador desaparecido?
-El mismo, mi querido Jose-. Respondió alegremente Sera, demostrando que su lúcida mente estaba funcionando. –Tengo que averiguar otra cosa, ¡vamos a la biblioteca otra vez!
Una vez allí y tras media hora de hojear libros y libros, haberle llamado la atención la bibliotecaria en numerosas ocasiones y más ruido de lo normal, Sera encontró lo que buscaba.
-¡Aquí está! –Dijo en voz baja-. Las cinco llaves encontradas están en el museo de historia del Valle, en Torrecampo.
-¿Y qué? –Preguntó Jose intrigado.
-Amigo mío, es obvio. Si mis sospechas se encaminan a buen páramo...¡creo quevan a robarlas hoy mismo!

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