domingo, 31 de marzo de 2013

My capital sin


Tuve suerte desde pequeño, pues ya en mi nacimiento conocía de su existencia, y a menudo  lo observaba ignorante de mí, sin saber nada de sus secretos. Por aquellos tiempos, lo empuñaba mi padre, y aún no conocíamos todo su inmenso poder. En su interior, una pequeña energía escondía aquella magia desconocida para muchos de los de mi generación precedente.
“Aquel que lo controle, manifestará liderazgo y dominio”.
En mi infancia y durante la escuela aprendí vagas lecciones de su funcionamiento, pero fue en vano. ¿La primera vez que lo usé? No lo recuerdo, pero tuvo que sorprenderme de veras su sencillez aparente. Ya por entonces el poder de su uso pasó a ostentarlo mi madre.
Y con el transcurso del tiempo, pequé por Él. Vil metal deseoso por todos los que te rodean, ¿en dónde residiría tanta lascivia contagiosa? Los pecados capitales me persiguieron durante años...
Al principio, Lujuria, al hacer uso ilícito o desordenado de Él por mis deleites carnales, que me llevaban incontrolado a querer tenerlo, pues no podía resistirme pasar un tiempo apartado de su lado. Por aquellos días, Envidia por aquél quien lo controlaba, y al que me tenía que ver sometido, sumiso de mí.
En mi adolescencia Codicia, por las debilidades que, vago y obstinado, fui esclavizado mentalmente cuando pude usarlo a mi noble merced. Y esto conllevó a Soberbia, por luchar contra aquellos que lo deseaban. Ira, al enfurecerme con el pretexto de ver que otros me lo arrebataban cuando yo no estaba. Gula, por desear acapararlo egoístamente cada vez más; y Orgullo, cuando lo dominaba. Mi propio hermano, aquel que durante tanto tiempo firmé alianza de bien e interés común para adquirir sus bondades, se adueñó de él.
Durante meses me vi traicionado. Y ahora la mayoría del tiempo es mío. Mío. Sólo mío, por fin. Pero yo me pregunto: ¿quién es el que posee a quién? ¿Estuve ciego? ¿Es que acaso engulle mis pensamientos, succiona mis ideas y me debilita la mente?
Pero no, no me arrepiento de nada. No puede ser, al contrario. Estuve equivocado. Su pequeño tamaño esconde un origen no divino, sino humano, una causa que ha facilitado la vida de los Hombres y Mujeres que se han visto beneficiados de él. Y yo estoy entre ellos. Tenías razón. ¡Cuántos esfuerzos nos has ahorrado! ¡Qué mal cultural has ocasionado! ¡Qué fácil tu conquista mundial! Mucho te debemos. Esa pequeña vara, la vara de poder, ¡báculo esperanzador!, alargas nuestras limitadas posibilidades, y el control reside en quien empuña tu mango; y los demás se ven sometidos y resignados, deseosos de hacerse contigo. Es lo primero que buscamos, lo que más añoramos al tiempo de romperse y al llegar a nuestro hogar. No le hemos idolatrado lo suficiente, y ahora pecamos por Él.
Gracias por todo Mando a distancia.

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